Desde mi adolescencia fui una joven con sobrepeso, pero no fue hasta llegar al momento de realizar mi especialidad médica en pediatría, que el problema empezó a agravarse, aumentando de peso de manera paulatina durante ese periodo de 4 años, pasando de una situación de sobrepeso grado I hasta llegar a un grado I de obesidad.
Durante todo ese tiempo me llamaba mucho la atención los comentarios de mis compañeros acerca de como los factores asociados al estrés durante el tiempo de la especialidad, habían provocado en la mayoría de ellos una disminución en el peso y sin embargo yo, año tras año me veía en la necesidad de mandar a realizar un nuevo uniforme ya que dejaba de servirme el del año anterior. No entendía porque era una excepción a lo que según YO me debía ocurrir. Esta situación me provocaba cierto grado de preocupación.
Sin embargo mi apariencia física nunca representó un problema para mí, todo lo contrario, yo decía que era una gordita feliz y que si algún día decidía bajar de peso, lo haría única y exclusivamente por mi salud.
Al finalizar mi especialidad el aumento de peso continuó manteniéndose siempre en un rango de obesidad grado I y mi cuerpo empezó a expresar ese desbalance energético, hasta tal punto que me diagnosticaron: Escoliosis, discopatías dorso-lumbares y bursitis troncatérica izquierda, todos estos problemas directamente relacionados con el exceso de peso corporal. Por lo que durante un buen tiempo las visitas al ortopeda de columna, las resonancias magnéticas, las radiografías y los analgésicos antiinflamatorios no esteroideos combinados con relajantes musculares, fueron mis mejores aliados.
Como si nada de lo anterior fuera poco a mediados del año 2018 empecé a presentar dolor torácico y dificultad para respirar al subir escaleras. A raíz de esta nueva sintomatología se me indica entre otros estudios un perfil lipídico, reportando este como dato alarmante una LDL (colesterol malo) en 160 mg/dl. Ya para ese año había iniciado el master en nutrición y alimentación de la Universidad de Barcelona por lo que fue en ese preciso momento donde los conocimientos adquiridos aunado a todas las situaciones que mi cuerpo estaba expresando, me confrontaron y provocaron literalmente lágrimas en mí, lagrimas que me invitaron autoevaluarme como profesional de la salud y como ser humano y me abrieron las puertas a tomar una de las decisiones más importantes de mi vida: adquirir hábitos saludables.
Una de las cosas con las que tuve que aprender a luchar en el proceso de cambio fue contra la ansiedad que me generaba no poder premiarme con alimentos reconfortantes (altos en grasas y azúcar) luego de sobrepasar un mal día.
Durante todo el proceso mi lema fue: Un día a la vez, frase que me repetía día tras día cada mañana, como una manera de alimentar mi fuerza de voluntad. Aprendí que cada día cuenta para llegar a la meta y pude lograrlo gracias a Dios y al apoyo emocional de mi familia, mi pareja y una amiga muy cercana de la que estaré eternamente agradecida.
Mis palabras de que si alguna vez bajaba de peso sería por mi salud cobraron fuerzas y se transformaron en uno de mis más grandes retos.
Demasiado Feliz por Mi amor 😘😘